Una longeva pareja tenía noventa otoños vividos y setenta juntos, persistiendo en cada dificultad y reforzados con un amor como el primer día.
Después de haber sido el más fuerte de los dos, el que trabajó duro en el campo, el que siempre proveyó, ahora era el más débil.
Ella lo bañaba, le ayudaba a ponerse su ropa y lo peinaba con una ternura como si su anciano esposo fuese un bebé.
Y cada vez que ella lo peinaba, don Aurelio siempre decía:
¡LO QUE TE DEBO, NO PUEDO PAGARLO!
Augusta, he trabajado toda mi vida debajo del sol, en la tierra, para que no te falte de comer, comprarte ropita y brindarte esta casita. Levantarme de madrugada para sembrar y cosechar ha sido todo lo que he hecho para demostrarte todo el amor que siento y que, a pesar de que mi corazón está viejo, es un amor nuevo, intacto, pero… ya no puedo trabajar como antes.
Todos estos setenta años amándote y sirviéndome de vos. Si tuviera que pagarte, no podría...
-¿Te imaginas lo que gana una doctora?; pues eso fuiste conmigo las noches que estuve enfermo y te levantaste a atenderme y a cuidarme.
-¿Te imaginas lo que gana una lavandera, una cocinera, una planchadora, una costurera? pues, todo eso fuiste conmigo cada vez que atendiste esta casa y a mí.
-¿Te imaginas lo que gana una maestra? pues, eso fuiste conmigo cada vez que me enseñaste cosas que yo no sabía o entendía.
-¿Te imaginas lo que gana una vendedora? pues, eso fuiste conmigo cada vez que me ayudaste a vender mis frutas y verduras.
-¿Te imaginas lo que gana una cantante? pues, eso fuiste cada vez que me cantaste al oído alguna canción que a mí me gustaba.
-¿Y te imaginas lo que gana una abogada? pues eso fuiste vos cada vez que me defendiste delante de los hombres las veces que hablaron calumnias de mí.
-¿Te imaginás lo que gana un vientre de
alquiler? pues, eso fuiste tú, un bendito vientre cada vez que me regalaste los hijos que hoy tenemos y nos ayudan.
-¿Te imaginas lo que gana una niñera? pues, eso fuiste cada vez que cuidaste a mis hijos… Y lo sigues siendo ahora que continúas cuidando de mí, como si yo fuese un niño… Con el mismo amor que siempre me cuidaste, me bañas, me cambias de ropa y peinas mis canas…
¡Gracias, Augusta!, por haber trabajado para mí tantos años sin haberme cobrado un solo peso, y gracias por haberlo hecho por amor; porque todo LO QUE TE DEBO, NO PUEDO PAGARLO.